Al café, a la música y al vino.

Café en tacita nueva, comprada hace rato pero usada poco.  Por eso se siente como nueva en el ritual de la mañana.  Desde el reclinable, a la luz del sol, el policromo de su cerámica deleita.  No me importa si a vos, basta con que a mí.  Estudiantes de la vida ebrios de mundo, colmados de tierra, bajo tierra, bajo agua o en el aire.  Sorbedores del placer-fatiga, del placer-carencia, de lo precario.  Necesitados de ello, impelidos a ello, arrojados en lo posible.

El oído escucha las notas del piano. Liszt nos engaña a cada paso de sus rapsodias.  Satie nos hace creer que no hacemos sonar la música.  Que todo es parte del ambiente.  Nos hace no sentirla mientras sus notas agrandan el espacio de nuestras habitaciones.  Beethoven induce siempre a construir palacios y diseñar jardines rectilíneos.  A planificar pequeñas vienas.  Conduce a la matemática y ésta a la arquitectura. ¡Diseño marmóreo de mausoleos y jarrones de flores podridas y agua verdosa!  Aunque de resurrecciones y anticipos de moradas en la casa del Padre. 

El manchego llama la sed y ésta al tinto. Éste a la alegría que tras su elocuencia nos suaviza el sueño, que termina con babas la mañana siguiente.  Y andar y andar.  Al café a la música y al vino.

REFRANES

Hace ya muchos años, un amigo que nos visitó desde España trajo para nosotros un refranero español.   El librito se titula Refranes, y su compilador se llama (o se llamaba) Manuel Tirado Zarco.  Sus páginas me dieron y me siguen dando gratos momentos, porque los refranes son sabios, o divertidos, o curiosos, o todas estas cosas a la vez.  Aquí pongo, sin mucha exactitud sino tal como los recuerdo, algunos de ellos.

Antes de heredar a sobrinos, bébetelo en vinos.

Al que va a la bodega, por vez se le cuenta, beba o no beba.

Nunca falta un roto para un descosido.

Halan más dos tetas que cien carretas.

A quien madruga, Dios le ayuda.

A la cama no te irás sin saber una cosa más.

Hay quien mea en caldero y no suena, y quien mea en paño, y atruena.

Más moscas se cazan con miel que con hiel.

A palabras necias, oídos sordos.

A mujer bigotuda, de lejos se saluda.

El león juzga por su condición.

Bueno, bonito y barato, no lo hay ni un par de zapatos.

Al mentiroso lo alaban y al verdadero lo ahorcan.

A médico, confesor y letrado, no les traigas engañados.

El rey ha muerto, ¡viva el rey!

A rey muerto, rey puesto.

A pan duro diente agudo.

A la ocasión siempre la pintan calva.

Del árbol caído todos hacen leña.

Al hombre de más saber una mujer sola lo echa a perder.

A lo hecho, pecho.

LA TASCA DE ROCÍO Y LA VINOTECA

Con ocasión del cumpleaños de una amiga, visité Plaza Fontabella (uno de los pocos lugares relativamente seguros en esta ciduad, sobra decirlo).  El grupo optó por cenar en La tasca de Rocío y por finalizar la velada en La vinoteca.

Estas son mis impresiones:

(a) De La tasca de Rocío: (a.1) El plato que comí, una hamburguesa con jamón serrano y chile pimiento asado, me pareció bastante bueno en su conjunto.  La carne no era buena y el jamón, entre el pan, la carne y el chile pimiento, aportaba poco sabor al platillo.  Sin embargo, reitero que en su conjunto el platillo tuvo buen sabor: su alma está en el chile pimiento asado. (a.2) Me generó una pésima impresión que no hayamos podido pagar con tarjeta de crédito debido a probemas técnicos con la máquina lectora de dichas tarjetas; ¿no hubieran podido pedir las autorizaciones por vía telefónica? ¿O les hacía falta, también, el aparato para operar manualmente las tarjetas?  Sea como fuere, si no hubiéramos llevado dinero en efectivo, hubiéramos tenido que pasar un mal rato discutiendo.  (a.3) Sobre la comida de los otros comensales, a uno de ellos su plato (un lomito en salsa de queso manchego) le pareció «normal», lo que quiere decir, dado el tono de su voz, mediocre; a los otros dos comensales, mi amiga y su novio, su comida les pareció buena.  (a.4) En suma, más que un problema en el sabor de la comida, creo que esta tasca tiene problemas de servicio y de logística.  Quizás la poca habilidad para atender a la clientela haga que sea un local poco concurrido.

(b) En cuanto a La vinoteca, no tomé ninguno de los vuelos, porque 2.5 onzas de vino por copa me arece muy poca bebida y, también, porque, cosa rara en mí, no me apetecía el vino.  Sin embargo, recomiendo vehementemente su mousse de chocolate Toblerone oscuro: pequeño pero de intenso sabor.  Indulgencia perfecta para terminar cualquier día pesado.

PROYECCIÓN

Son finas hebras de cabello castaño que crecen bajo la superficie transparente del agua.  Son pequeños rizos que apenas se mueven en el agua quieta.  Los observo, embelesado, mientras mi cerebro marcha a toda prisa entre la incertidumbre y la nostalgia, entre lo que aún no es y lo que ya pasó, buscando dar en la clave de algo. ¿Del amor? Cosquilleo. ¿Del recuerdo? Un aroma. ¿Del sentido de la vida? No lo sé.

De súbito, cuando las hebras, ahora crecidas, ya casi se confunden con el agua, veo cerca del fondo el rostro reflexivo de una mujer madura, una asiática.   Contempla la misma imagen, está embebida en mi mismo ritual, pero está del otro lado del mundo.  Levanto la cabeza, ¿qué me inquietó?, y miro la lámpara en el techo.  Es el momento de remover la bolsita.  El té está listo.  Algo me amenaza desde el fondo de la taza. La mujer me miró con dulzura, ¿verdad? Saco la bolsita. Empiezo a beber.  La inquietud se va calmando.  Se va olvidando.  Ahora espera quieta, larvada en el cerebro, el momento en que le toque volver a ser proyectada. En un paisaje.  En una nube.  En unos ojos.  ¿En otra taza de té?

¿Quién interrumpió a quién?  ¿Fui yo, acaso, quien se metió en el ritual de la mujer asiática?

DE MANTELES ARRUGADOS EN JEAN FRANÇOIS

Hace ya algún tiempo que no escribía sobre mis experiencias gastronómicas.  A veces son tan malas que es delicioso ponerse a escribir sobre ellas. Otras, tan buenas, que es igualmente delicioso recrearlas con palabras. También las hay insípidas, y sobre esas intento no escribir, porque lo que menos necesita el lector es que uno venga a recordarle que la comida mediocre es el pan diario de las mesas de los que por fortuna podemos comer, y que los condimentos y salsas groseras no son sino un ardid para disfrazar los sabores ordinarios por vía de severos contrastes gustativos.

Este no es el caso de Jean François, a cuya mesa me senté ayer y donde disfruté de un almuerzo suculento. Los comensales, tres. Lo comido: el comensal A, espárragos a la vinagreta, robalo en salsa de crema de tomate y un mousse de chocolate que hubo de ser sustituido por un sorbete de frambuesa con salsa de albahaca; el comensal B, mejillones a la marinera, robalo en salsa de azafrán y mousse de chocolate; y mi persona, paté de salmón ahumado, lomito en salsa de vino tinto y champiñones, y torta belga de chocolate oscuro.

De las entradas, recomiendo el paté de salmón.  Es una porción generosa de un sabor equilibrado y sugerente.  Lo mejillones agradaron mucho al comensal B, pero hay que decir que al solicitar el cubierto especial para dicho marisco el mesero se excusó diciendo que, si bien el restaurante posee ese tipo de cubierto, en ese momento no había ninguno disponible.  Los espárragos del comensal A estuvieron bien, pero no fueron sobresalientes.  En realidad, dicho sea de paso, yo nunca he comido buenos espárragos en ningún restaurante guatemalteco.

En cuanto a los platos fuertes, los pescados a la salsa de tomate y a la salsa de azafrán estaban cocidos en su punto justo y los filetes fueron de un tamaño medio.  El trozo de lomito fue de buen tamaño, la salsa exquisita y sólo reclamo que no me lo hayan servido a término medio, como lo pedí, sino a tres cuartos.  Empero, la carne estaba muy jugosa, lo cual en cierto modo dispensa que se hayan pasado levemente en su cocción.

De los postres, el comensal A y el B pidieron mousse de chocolate.  A ambos les pareció muy bueno, pero A tuvo la mala suerte de encontrar un pelo en su postre, por lo que solicitó su cambio y pidió en su lugar el susodicho sorbete de frambuesas (al que no quiso añadirle la salsa de albahaca y menta).  Yo, amante que soy del chocolate, disfruté mucho la torta belga de chocolate oscuro, de consistencia dura (se come con cuchillo y tenedor), bordeada de crema batida y frutas silvestres.  Sin duda, es un postre del que repetiría.  El comensal B pidió, para terminar, un café cuyo sabor no le gustó.

La decoración y música del restaurante son, en general, buenos, pero se debe poner mucha atención a que los manteles no estén arrugados.  En nuestra mesa, y en todas las demás, los blancos manteles no estaban adecuadamente planchados.  Si los platos son deliciosos, el mantel no debe desdecir del resto de la experiencia gastronómica.  En suma, califico a Jean François como un buen restaurante que podría ser mejor.  Si mejora, dependerá de que mejoren las exigencias del comensal guatemalteco, poco habituado aún a la haute cuisine.