Hace ya algún tiempo que no escribía sobre mis experiencias gastronómicas. A veces son tan malas que es delicioso ponerse a escribir sobre ellas. Otras, tan buenas, que es igualmente delicioso recrearlas con palabras. También las hay insípidas, y sobre esas intento no escribir, porque lo que menos necesita el lector es que uno venga a recordarle que la comida mediocre es el pan diario de las mesas de los que por fortuna podemos comer, y que los condimentos y salsas groseras no son sino un ardid para disfrazar los sabores ordinarios por vía de severos contrastes gustativos.
Este no es el caso de Jean François, a cuya mesa me senté ayer y donde disfruté de un almuerzo suculento. Los comensales, tres. Lo comido: el comensal A, espárragos a la vinagreta, robalo en salsa de crema de tomate y un mousse de chocolate que hubo de ser sustituido por un sorbete de frambuesa con salsa de albahaca; el comensal B, mejillones a la marinera, robalo en salsa de azafrán y mousse de chocolate; y mi persona, paté de salmón ahumado, lomito en salsa de vino tinto y champiñones, y torta belga de chocolate oscuro.
De las entradas, recomiendo el paté de salmón. Es una porción generosa de un sabor equilibrado y sugerente. Lo mejillones agradaron mucho al comensal B, pero hay que decir que al solicitar el cubierto especial para dicho marisco el mesero se excusó diciendo que, si bien el restaurante posee ese tipo de cubierto, en ese momento no había ninguno disponible. Los espárragos del comensal A estuvieron bien, pero no fueron sobresalientes. En realidad, dicho sea de paso, yo nunca he comido buenos espárragos en ningún restaurante guatemalteco.
En cuanto a los platos fuertes, los pescados a la salsa de tomate y a la salsa de azafrán estaban cocidos en su punto justo y los filetes fueron de un tamaño medio. El trozo de lomito fue de buen tamaño, la salsa exquisita y sólo reclamo que no me lo hayan servido a término medio, como lo pedí, sino a tres cuartos. Empero, la carne estaba muy jugosa, lo cual en cierto modo dispensa que se hayan pasado levemente en su cocción.
De los postres, el comensal A y el B pidieron mousse de chocolate. A ambos les pareció muy bueno, pero A tuvo la mala suerte de encontrar un pelo en su postre, por lo que solicitó su cambio y pidió en su lugar el susodicho sorbete de frambuesas (al que no quiso añadirle la salsa de albahaca y menta). Yo, amante que soy del chocolate, disfruté mucho la torta belga de chocolate oscuro, de consistencia dura (se come con cuchillo y tenedor), bordeada de crema batida y frutas silvestres. Sin duda, es un postre del que repetiría. El comensal B pidió, para terminar, un café cuyo sabor no le gustó.
La decoración y música del restaurante son, en general, buenos, pero se debe poner mucha atención a que los manteles no estén arrugados. En nuestra mesa, y en todas las demás, los blancos manteles no estaban adecuadamente planchados. Si los platos son deliciosos, el mantel no debe desdecir del resto de la experiencia gastronómica. En suma, califico a Jean François como un buen restaurante que podría ser mejor. Si mejora, dependerá de que mejoren las exigencias del comensal guatemalteco, poco habituado aún a la haute cuisine.