PLATÓN ESTABA EN LO CIERTO: EL MUNDO DE LAS IDEAS SÍ EXISTE.

Las ideas caben en las palabras y las palabras caben en el papel. En las ideas cabe cualquier cosa, y por eso se dice que el papel lo aguanta todo. No por ser esta una expresión manida debe tomarse siempre a la ligera, pues algunas de las cosas que el papel aguanta son a la vez tanto sorprendentes como verdaderas. Sirva de ejemplo este suceso que vivió el joven Hans Castorp, que en contra de lo que se cree no desapareció al dejar la montaña. Tiene nuestro amigo la edad de 19 años, un temperamento inquieto y una inteligencia penetrante. Hace algunos años se sintió implicado (sí, esa es la palabra, entendida en su sentido lógico) en una opinión del profesor Alan Guth, astrofísico del MIT, que leyó en una nota de la BBC: «A lo mejor todo nuestro universo es un experimento de ciencia de un estudiante de secundaria en otro universo». Esa idea, que le causó perplejidad, se avivaba en él de tiempo en tiempo, como cuando leyó otra nota según la cual Christoph Benzmüller, de la Universidad Libre de Berlín, y Bruno Woltzenlogel, de la Universidad Técnica de Viena, acababan de confimar la validez de la prueba ontológica de Gödel (conocida también, popularmente, como “teorema de Dios”). Castorp es, sin embargo, un poco inconstante, y tras haber conseguido una novia le dio por perder la atención, quedarse como embobado y no tener en la mente otra cosa sino ella. Así se explica que, durante algún tiempo, se haya olvidado de estos pensamientos estrambóticos. Pero no duró mucho y tampoco acabó bien para el pobre Hans: la alegre Denisse pronto se aburrió de un chico tan intelectual, le dijo que necesitaba un tiempo (no para pensar, sino para salir sola con sus amigas), y así, sin más, lo mandó a volar.

Nuestro amigo encajó el golpe, y para eso sus padres le ayudaron enviándole una temporada a Londres. Esta ciudad había ejercido desde siempre fascinación sobre él, y a sus 19 años la idea de visitar sus atractivos, y especialmente sus museos, le devolvió el optimismo.

Durante el vuelo, retomó la lectura de un libro: La montaña mágica, de Thomas Mann. Se sentía identificado con el protagonista, Hans Castorp, que se llamaba igual que él. O, mejor dicho, él se llamaba igual que el Hans Castorp de esa vieja novela de 1924. Era como si él fuese una copia física, un organismo biológico, en el que anidaba una idea: la del Hans Castorp personaje ficticio. Se le erizó la piel y se sacudió pronto ese pensamiento. “No soy ninguna copia –se dijo–; sólo me llamo igual. Un homónimo, eso es todo.”

Llegado a Londres, lo primero que hizo fue comer fish and chips, ¡no podía ser de otro modo! A la mañana siguiente, descansado del viaje, visitó el British Museum. Nunca pensó que un objeto ahí conservado le produciría tanta inquietud y, quién sabe, quizás tuviera algo que ver con lo que le sucedería después. Se trata de un espejo negro, hecho de obsidiana, sobre cuya brillante superficie se ven los objetos reflejados como envueltos en un fino humito gris. Ese espejo rarísimo, viejo de varios siglos, provenía de los brujos aztecas de México y perteneció después a John Dee, astrólogo, ocultista y mago personal de la reina Isabel I. Su contemplación lo paralizó por varios minutos: quería salir de esa sala, huir del museo, pero no podía: sentía que debía seguir viendo ese espejo, que ahí encontraría algo que buscaba. Estuvo así por unos segundos, sintió un escalofrío y finalmente pudo moverse. Visitó otras salas del museo y ya no le dio importancia a aquello. Hasta que llegó la noche… Al acostarse, tomó La montaña mágica y siguió leyendo. ¿Qué relación tenía él, Hans Castorp del siglo XXI, con el otro joven Hans Castorp, protagonista de esa novela de 1924? La idea cobró inusual fuerza y el sueño terminó apoderándose de él. Por un momento desapareció todo límite y entró en un extraño plano: “Soy Platón –le dijo un anciano– duermes pero estás despierto, porque ahora caminas en el secreto mundo de las ideas; encontrarás aquí a personas que fueron importantes allá de donde vienes: aquí son ideas, aquí dialogan. No podrás hablarles, aunque lo intentes, porque no te oirán ni te percibirán de modo alguno. Tú, sin embargo, podrás escucharlo todo”. Y vio a Aristóteles, a Maquiavelo, a Bodino, a Hobbes, a Locke, a Rousseau, a Montesquieu, a Marx, a Tocqueville y a Maritain, sentados en silencio, escuchando entre serios y divertidos. Eran los teóricos. Frente a ellos, sentados alrededor de una enorme mesa sobre la que había un globo terráqueo, hablaban con naturalidad Donald Trump, Hillary Clinton, Vladímir Putin, Bernie Sanders, Emmanuel Macron, Barack Obama, Vladímir Lenin y Ronald Reagan. Eran los prácticos y ya todos habían muerto. Hablaban de un tema interesante: de sus lecturas, de quiénes fueron sus teóricos favoritos y cómo influyeron en su forma de hacer política mientras vivieron en la Tierra. Los teóricos permanecieron todo el tiempo en silencio, oyendo cómo los prácticos hablaban de ellos. Hans Castorp recibió de manos de Platón papel y lápiz, y anotó todo lo que vio y todo lo que los prácticos decían y hacían en ese extraño mundo de ideas. He aquí el Relato de los diálogos de los prácticos que Hans Castorp presenció mientras dormía en Londres gracias a la ayuda del sabio Platón. Es el siguiente: …Continuará…