El lugar en el que todo cobra sentido.

¿Dónde está el lugar en el que todo cobra sentido? Quizás ese lugar sea una cocina vieja y estrecha, de muebles blancos, olor a verdura y jabón, cuya puerta blanca, de pomo dorado, enmarca en su parte superior un vidrio esmerilado de medio cuerpo a través del que puede verse si hay alguien dentro. La puerta, de todos modos, está siempre abierta. Apenas se camina un paso y se encuentra, del lado izquierdo, una estufa de gas. A los niños les gusta ver cómo se encienden las hornillas: la llave se abre ligeramente, se toma un fósforo encendido y se lo acerca a la hornilla, que, en el acto, se viste de azul y naranja, los colores de la combustión del propano. Puede ser ahí donde todo asuma un significado: las primeras palabras, que prestaron voz a las primeras ideas; y los libros leídos al otro lado del mundo, cuando esa cocina ya no existe; y las risas, los pasos y las palabras de todos, terminan llegando ahí para juntarse con el recuerdo de un pan tostado con queso fresco. Es como si todos estos años hubieran servido únicamente para regresar ahí, a darle a los hechos pasados el significado que merecen y que no se les dio en su momento. Ahí se regresa siempre. De ahí se parte siempre. Con la vitalidad de ese pan.