PROYECCIÓN

Son finas hebras de cabello castaño que crecen bajo la superficie transparente del agua.  Son pequeños rizos que apenas se mueven en el agua quieta.  Los observo, embelesado, mientras mi cerebro marcha a toda prisa entre la incertidumbre y la nostalgia, entre lo que aún no es y lo que ya pasó, buscando dar en la clave de algo. ¿Del amor? Cosquilleo. ¿Del recuerdo? Un aroma. ¿Del sentido de la vida? No lo sé.

De súbito, cuando las hebras, ahora crecidas, ya casi se confunden con el agua, veo cerca del fondo el rostro reflexivo de una mujer madura, una asiática.   Contempla la misma imagen, está embebida en mi mismo ritual, pero está del otro lado del mundo.  Levanto la cabeza, ¿qué me inquietó?, y miro la lámpara en el techo.  Es el momento de remover la bolsita.  El té está listo.  Algo me amenaza desde el fondo de la taza. La mujer me miró con dulzura, ¿verdad? Saco la bolsita. Empiezo a beber.  La inquietud se va calmando.  Se va olvidando.  Ahora espera quieta, larvada en el cerebro, el momento en que le toque volver a ser proyectada. En un paisaje.  En una nube.  En unos ojos.  ¿En otra taza de té?

¿Quién interrumpió a quién?  ¿Fui yo, acaso, quien se metió en el ritual de la mujer asiática?

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