Al café, a la música y al vino.

Café en tacita nueva, comprada hace rato pero usada poco.  Por eso se siente como nueva en el ritual de la mañana.  Desde el reclinable, a la luz del sol, el policromo de su cerámica deleita.  No me importa si a vos, basta con que a mí.  Estudiantes de la vida ebrios de mundo, colmados de tierra, bajo tierra, bajo agua o en el aire.  Sorbedores del placer-fatiga, del placer-carencia, de lo precario.  Necesitados de ello, impelidos a ello, arrojados en lo posible.

El oído escucha las notas del piano. Liszt nos engaña a cada paso de sus rapsodias.  Satie nos hace creer que no hacemos sonar la música.  Que todo es parte del ambiente.  Nos hace no sentirla mientras sus notas agrandan el espacio de nuestras habitaciones.  Beethoven induce siempre a construir palacios y diseñar jardines rectilíneos.  A planificar pequeñas vienas.  Conduce a la matemática y ésta a la arquitectura. ¡Diseño marmóreo de mausoleos y jarrones de flores podridas y agua verdosa!  Aunque de resurrecciones y anticipos de moradas en la casa del Padre. 

El manchego llama la sed y ésta al tinto. Éste a la alegría que tras su elocuencia nos suaviza el sueño, que termina con babas la mañana siguiente.  Y andar y andar.  Al café a la música y al vino.